LA DICHA DE LA VERDADERA MEDITACIÓN

La vida tiene una invitación simple y encarecidamente amable que hacernos: ser como somos ante lo que es.

La verdadera meditación ―una vía que nos lleva de vuelta a nosotros mismos y que, a pesar de ser muy transitada, desaparece con gran facilidad― es al mismo tiempo difícil de definir y previsiblemente fiable en su desarrollo. En ella se produce un encuentro genuino con la totalidad de lo que somos (así como con la totalidad de lo que creemos ser pero que no se sostiene a la luz de la indagación honesta y compasiva). Es una senda que discurre a lo largo de líneas esenciales, que corre por surcos emocionales y existenciales y por todo lo que la vida manifiesta tanto en nuestro propio interior como en nuestro entorno.

Hacen falta valor y coraje para aceptar la invitación que se nos hace a emprender este viaje esencial de regreso a casa. Por extraño que parezca, a veces ese coraje se manifiesta bajo la forma de la desesperación, de la rendición, de la entrega…

La verdadera meditación es profundamente relacional. Constituye el encuentro definitivo con aquello que es real: con la visión clara y directa de la verdad en cualquier forma que aparezca en nuestra vida. Esta visión clara de lo que está presente (ya se trate de una emoción, de un pensamiento, de una idea equivocada, de un momento de alegría o de la más profunda esencia de las cosas) es un gesto relacional e íntimo que nos invita a manifestar plenamente en nuestro propio cuerpo una presencia cálida y acogedora, una capacidad inquebrantable que, en esencia, nos permite dar la bienvenida a toda la belleza y el caos propios de la vida humana (y, en última instancia, convertirnos en dicho caos y dicha belleza). Es algo profundamente íntimo que no deja nada fuera. Lo incluye todo, no excluye nada. El momento contiene en sí mismo las semillas de todo lo que necesitamos para recibirlo.

Al acoger y dar la bienvenida a lo que sea que surja, sintiendo la respiración, el cuerpo, la existencia que vibra en nuestro núcleo central, nos convertimos en la apertura misma. A medida que profundizamos en esta actitud descubrimos que esta presencia acogedora forma la esencia de quién somos.

Lo que he visto y experimentado en mí mismo y en los demás es que compartimos el anhelo común de descubrir esta presencia sencilla y acogedora en la que reencontrarnos con nuestra ternura, con nuestras vulnerabilidades, esperanzas y temores. Ocurren muchas cosas en el simple ofrecimiento de nuestra propia presencia.

La meditación nos ofrece la esperanza, el bálsamo, la cura del fin del sufrimiento.

Jeff Foster

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