
Los hombres amantes del Tao somos devotos de la diosa, del yin en todas sus expresiones.
Somos devotos de los pétalos de la mujer, de todos sus labios.
Somos amantes de sus aguas, de su marea interior, que fluye intempestiva cuando ella nos regala sus éxtasis. De su abundante saliva que solemos saborear cuando nos sumergimos en sus tiernos labios. Del poderoso aliento de sus gemidos.
Preferimos sus lágrimas de emoción, pero si vienen las otras las besamos también y las llevamos con nosotros.
Buscamos la hermosa redondez de su cuerpo, porque sabemos que eso nos hace cóncavos, más femeninos, porque cuando ella se rinde nos enseña a rendirnos a nuestra vulnerabilidad y así nos explota el corazón.
Nos encanta su perfume, pero vamos más allá de su cuerpo, hay un perfume que ella irradia que es pura energía, es el aroma de la flor de su espíritu.
También nos permitimos ser moldeados alquímicamente por su eterna sabiduría, esa que contemplamos desde el escuchar la expresión de su corazón a cada momento.
Y más allá del placer de un hormigueo de descarga gozamos intensamente del éxtasis que nos permitimos vivir cuando vamos más allá y nos elevamos en el amor, nos elevamos es su estremecimiento, encontramos ese lugar donde ardemos juntos.
Y sabemos, como dijo la Gran Maga, que toda mujer es una sacerdotisa oficiando en el templo del amor, que es el altar de la vida.
El encuentro sagrado
Todo comienza con un estado del alma del cual surgen espontáneamente diferentes acciones. No es un ritual que hay que cumplir, sino que lo que surge es natural. Pero sí hay cosas que ocurren y se buscan de manera apropiada:
Un lugar tranquilo, un lugar donde sabemos vamos a compartir el fuego sagrado del amor. Una iluminación adecuada, unas velas tal vez.
El momento de la mirada sincera, esa que se sostiene porque podemos estar mirándonos sin mentirnos, no es una práctica, es mirarnos porque los corazones se anhelan. Hay solo silencio, es la mirada complaciente, no se necesita más.
El contacto con lo sagrado surge claramente por la misma contemplación de uno en el otro, esa es la oración, el ir siendo juntos, la pasión de la vida manifestándose en dos cuerpos.
El juego amoroso, la vida lúdica, la complicidad, el descubrimiento, la sorpresa, la provocación, todo cobijado con ese espíritu amoroso
y sereno que emana de un estado del ser. Como es un encuentro sagrado hay gozo y alegría, devoción, veneración lo cual nos permite tener esa vivencia el amor que va más allá de los amantes, los trasciende a ellos mismos. Pueden ver esa divinidad en el otro, en cada uno, en el entorno, la divinidad misma se ve a través de ellos.
El deseo, los estremecimientos, las caricias, las intensidades, esas cosas que se dicen al oído, todo eso es la vida misma haciendo el amor. Se trascienden una y otra vez, vuelan una y otra vez, se mueren ahí mismo, en ese ardor compartido, en ese «donde habías estado todo este tiempo», en una mente que colapsa porque es inundada con toda la fuerza del espíritu.
Todo esto es la función más elevada de ese Soplo espiritual sensible, comúnmente llamado energía sexual, también se le llama Tao del amor.
Daniel Curbelo